El “fenómeno de la globalización” podría ser el sinónimo de “cambio de época”.
“A cada hora el poder del mundo se concentra y globaliza…La masificación ha hecho estragos, ya es difícil encontrar originalidad en las personas y un idéntico proceso se cumple en los pueblos, es la llamada globalización. ¡Que horror! ¿Acaso no comprendemos que la pérdida de los rasgos nos va haciendo aptos para la clonación?”
Nunca tanto como ahora hubo tanta globalización o universalización y también nunca tanto fraccionamiento, tantos particularismos, tantos fundamentalismos, tantas luchas nacionales, étnicas, religiosas. Esta es una época en crisis en la que la relación entre lo universal y lo particular se encuentra trabada. Es la imposición de lo universal, que al no dialogar con lo particular, lo fracciona. Se produce así un descentramiento, se pierde el centro, uno no sabe donde está parado, es decir no sabe quien es. Entonces aparece el primer problema que merece nuestra atención pastoral: la identidad no esta asegurada. La identidad es una tarea que debemos asumir como sujetos.
Para esto tenemos que ser concientes de otro problema: la “posmodernidad” cuestiona radicalmente la noción misma de sujeto proclamando su desaparición o por lo menos intenta debilitarla. Se afirma la necesidad de formar sujetos débiles para evitar el flagelo de la violencia que sería el enfrentamiento de sujetos fuertes.
Estos conceptos constituyen la expresión filosófico-ideológica que requiere el “neoliberalismo”: hay que debilitar el sujeto para que no exista ninguna fuerza que se oponga al mercado. Para que el mercado se pueda imponer de manera absoluta necesita que ningún sujeto este en capacidad de oponerse.
“La gente teme que por tomar decisiones que hagan más humana su vida, pierdan el trabajo, sean expulsados, pasen a pertenecer a esas multitudes que corren acongojadas en busca de empleo que les impida caer en la miseria, que los salve”
Es importante aclarar que no solo los sujetos individuales son sujetos, también los seres colectivos como el Estado, la Iglesia, la familia, la tribu, etc. son sujetos. Lo son en la medida en que deciden, producen hechos, luchan por sus derechos, planean y realizan proyectos. ¡Solo los seres históricos son sujetos y sólo el sujeto es histórico! Por ello es tan importante la memoria pues sin ella el sujeto desaparece. Para debilitarlo basta con inocularle “el virus de la amnesia”.
Si no logramos reconocernos en los niños que fuimos, en nuestras raíces, en nuestros antepasados, no tendremos identidad. ¡Es justamente la memoria la que nos constituye como sujetos! Sin ella directamente no somos, nos transformamos en objetos manejables a voluntad. Sin este retorno a los orígenes, sin esta reducción al nacimiento, desaparecemos.
Es impresionante constatar como la poderosa globalización nos impone una uniformidad arrogante. En nuestro país son cada vez más los hombres y mujeres que se avergüenzan de las costumbres de su tierra. Estamos perdiendo la originalidad de nuestro pueblo, la riqueza de sus diferencias. Quien no ama su departamento, su pueblo, el pequeño lugar en el que el toca vivir, mal puede respetar a los demás.
¿Qué hacer entonces?
“Creo que hay que resistir: este ha sido mi lema.”
Resistir es no permitir que nos debiliten como sujetos. Resistir es hacer memoria de quienes somos, es reconstruir y mantener una identidad. Para esto tenemos que lograr que el presente convoque al pasado como memoria viva para nuestro tiempo, para saber que podemos ser, para averiguar de donde venimos y para adivinar mejor adonde debemos ir.
¡Cuando se invierte tiempo y dinero en recuperar las historias locales, estamos resistiendo! ¡Cuando le pedimos a los más viejos que cuenten sus recuerdos para registrarlos, estamos resistiendo! ¡Cuando se respeta y se aprende de la sabiduría presente en las costumbres del lugar, estamos resistiendo! ¡Cuando se valora la presencia de afrodescendientes con sus historias que hablan de esclavitud y de racismo o cuando honramos la memoria del negro Ansina, estamos resistiendo!
El Santuario Diocesano de Ntra. Sra. de Itatí, que tiene como misión ser amparo de la memoria que contribuye a nuestra identidad, es un lugar formidable para esa resistencia. Porque allí el pasado juega un papel fundamental porque se actualiza en el presente y se revela la historia que el Santuario evoca trasformándose en presencia, en identidad, en tradiciones y costumbres que se mantienen. Y así se construye el futuro, porque el mismo Santuario se transforma en profecía de valores para construir el mañana.
Por esto insistir en construir un nosotros para andar con otros (“ñande”), hablar de descentralización nacional y de integración regional, llevar adelante la gestión del Museo Comunitario, colaborar con la Facultad de Humanidades en el “Proyecto del rescate de la memoria guaraní misionera al norte del Río Negro”, es hacer lo que corresponde a la noche en que vivimos (“cambio de época”) si bien es apenas una vela, algo con que esperar, con que resistir.
P. Miguel Berriel fdp
Bibliografía:
DRI, Rubén: Símbolos y Fetiches religiosos en la construcción de la identidad popular, Editorial Biblos, 2003.
SABATO, Ernesto: La Resistencia, Seix Barral, 2001